Ecos

Es interesante la forma en la que ciertas personas, textos, imágenes, sabores, olores, vivencias y sensaciones...Esas cosas que solamente por estar vivos y ser humanos podemos captar y sintonizar pueden llevarnos a revivir elementos que no habíamos vivido en carne propia en "estos tiempos" pero sabemos nuestros y reales, evocan un recuerdo y afirman verdades que no necesitan ser probadas. Verdades como lo poco o nada que somos, la existencia de "Dios" y la mentira de lo tangible.

La lluvia, el mar, el cielo estrellado, la luna, el sol al atardecer, la arena entre los dedos, el olor a tierra mojada, el cobijo en el frío, el orgasmo, la saciedad tal vez sean la llave que abre el baúl de nuestros ancestros aún grabados en nuestras células y nos dicen "estás seguro y estás plenamente vivo, no corras ahora, disfruta y contempla".

Las palabras que responden a inquietudes que no lanzamos en voz alta al mundo, porque creemos que nadie más dedicaría energía a cuestionarse semejantes cosas, también se sienten como una caricia y como un eco nuestro, gritan "perteneces y te abrazo". Es grato encontrarlas mientras lees, es como hallar un tesoro "Ja! ahí está!" y nuestro ego, que sabe perfectamente que somos nada, se levanta y se pone al nivel de aquel escritor muerto que se merecía un Nobel y que no lo tuvo por unos segundos y siente que le dio la mano mientras se tomaban un café. Es a veces aterrador encontrarlas en las palabras de otro ciudadano promedio con el que te has cruzado en el trabajo porque se supone que tus preguntas fantásticas no pertenecen al mundo común y corriente sino que responden a algo superior, elevado y al mismo tiempo más profundo. Así descubrimos que, aunque tenemos una portada y un rol ante el mundo acelerado y rítmico que demanda ser una pieza funcional en la rueda, hay algo dentro de nosotros que demanda esos ecos y demanda esas verdades sin importar la velocidad a la que el tiempo, que nos hemos inventado, nos lleve.

Una tarde de garúa con olor a tierra húmeda y árboles mohosos, en medio de un abrazo eterno en la oscuridad de un jardín mal cuidado descubrí el eco de lo que se siente el amor, no amaba aún, pero fue una verdad sin cuestionamiento. Una memoria despertó para decirme "es esto, lo recuerdas?" e invadió todo mi sistema, colapsó hasta desbordarse en lágrimas en silencio. Ambos recordamos y pertenecimos al mundo.

Mientras otros dormían miré la inmensidad por la ventana, los colores de la tierra roja, amarilla, verde, árida, húmeda, irregular y lejana con el cielo azul impactante y las nubes de algodón, unas montañas rocosas y negras, de picos nevados aún más distantes e imponentes, todos ellos hermosamente indiferentes a mí y carentes de mente me gritaban "eres nada, somos nada y eres parte de nosotros" y mientras las parihuanas se elevaban de una cocha mis lágrimas rodaban por mi rostro en medio de una sonrisa "soy nada y soy Dios".

Mi cuerpo como vehículo y recipiente en ésta vida me ha otorgado la dicha de sentir a otro ser humano en mí al punto de llegar a vivir la unidad de la que tanto hablan los libros sagrados de la India, los enredados y simples conceptos de los herméticos, los filósofos y sus esferas, los físicos y sus partículas fundamentales. No he aprendido algo nuevo, he recordado lo que es la unidad y he sido más que mi cuerpo, he sido mi alma plena en compañía y fusión de otra alma plena, desnudos y sin ropa como tal vez fue en un inicio, antes de que existiera la vergüenza, la serpiente y la manzana.

No funciona para la realidad que vemos mi idea del tiempo, funciona para algo dentro de mi ser, cada vez que encuentro una memoria que no reconocía mía se despierta eso sin nombre, forma, tiempo, espacio que me susurra "estás aquí para vivir esta experiencia pero no eres solamente esto que ves, eres y has sido todo" eso es el amor.


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